TÚNEZ POSREVOLUCIÓN. ISLA DE DJERBA


DE CENA EN HOUM SOUKT
Al menos una vez en cada viaje suelo salirme de la dieta barata-callejera y pincho en un restaurante.
Que nadie se alarme, doce euros y medio propina incluida del diez por cien.


 Ceno:
 Una alcachofa hervida servida con unas olivas junto con platito rojo picante y otro naranja dulce.
 Esto no lo he pedido, lo dan de aperitivo, de enrolle.
 Tengo hambre, me la como.
 Una ensalada parecida a la marroquí.
 Bueno, no soy muy  de ensaladas pero me la como.
 Una sopa de pescado que en absoluto sabe a pescado.
 Va para dentro también.
 Una sepia a la plancha a la que hay que echar aceite y sal.
 Un litro de agua mineral en botella de cristal que vale como cuatro bocadillos en la calle.
Ceno en el piso de arriba, en las otras mesas, cuatro jubilados franceses, un grupo grande de alemanes, y una mesa con dos tunecinas.
 Sí, una es bellísima, y sí, me mira…
 Sí, es un tópico y a veces pasa. No es difícil de distinguir. Las mochileras, ni caso, esta tía, no para de mirar. Fácil ¿no?
 El porque de esto es harina de otro costal y no se puede dar nada por supuesto.
 En mi cuarto me siento un peregrino con voto de castidad.
 Es como la celda de un corsario preso por los sarracenos.
 Si pudiera, aún a costa de tomar una droga fuerte, hacer una recesión y ver quién y que ha pasado a lo largo del tiempo en mi celda-habitación, no lo dudaría ni un segundo.
 

Eso sí, no hay wifi.
 A la hora y pico de haber cenado tengo que correr a visitar los centenarios y más o menos remodelados baños del caravasar.
 La venganza de Barbarroja ha hecho su aparición.
 Menos mal que no me fui con la morena…
 No estoy acostumbrado a comidas de más de cuatro dinares.
 Ay, que al viajero le asalten estos menesteres en parada y fonda, no en el camino.

 VIAJES ABSURDOS BY EL VIAJERO PACHUCHO

Y como viajar es pasar de la pena a la gloria y viceversa, a las cinco de la mañana un sonido profundo me despierta y compruebo que en Houm Soukt así como en lugares como Fez o Srinagar, el torbellino de las voces de los almuecines cantando desde sus mezquitas y la yuxtaposición de sus melodías pueden hacer reconciliarse incluso al más atormentado con el presente, con el ahora, de una manera turbadoramente armoniosa, ofreciendo al corazón traqueteado por los kilómetros el consuelo de la belleza, por efímera que sea.
 La fuerza de mi orgasmo espiritual hace que me quede dormido.
 Vienen a mí dos sueños.
 Sueño que mi madre me deja un llavero con las llaves de casa dentro de una celosía en una barandilla de un colegio.
 Sueño que estoy tumbado al borde de un precipicio del cañón de Smougen en Tamanart, Marruecos. Ha llovido, el agua crecida corre poderosa y rugiente de lado a lado. En medio de la corriente queda una isla donde una gran avutarda o avestruz de patas cortas picotea, tranquila, en el suelo. La observo con detalle largo rato. Cuando voy a incorporarme debo agarrarme a una gayatonera pero el suelo está tan empapado que bajo la fuerza de mi mano el arbolito se desgaja y cae por el precipicio. Sigo tumbado boca arriba, tengo miedo de caer. Todo se mueve.

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