HOT MAURITANIA Capítulo 8


Estamos llegando a Nouakchott, James se empeña en que vayamos con él a dormir a la casa de no se quién.
 Insiste de manera compulsiva y continua.
 Es como un couchsurfing pero por pelotas, obligado, sin opciones, y después del día que nos ha dado...    Debo ponerme serio con él, le digo que le doblo la edad, que podría ser su padre, que respete nuestra decisión.
 Insiste, bajamos del autobús, sigue insistiendo, finalmente me vuelvo hacia a Darren con cara de desesperación y con el puño cerrado me golpeo la otra mano abierta, James Bond entiende en que estoy pensando, desaparece dentro de un taxi, no lo volveremos a ver, aunque ¿quién sabe?
 Igual un día sale Obama en televisión y veo a James formando parte de su escolta oficial.
  En Nouakchott un taxi, tras rechazar un par de ellos que nos querían cobrar de más, nos lleva al Aubergue Bab Sahara, el la salida de Nouakchott a Nouadibú, no demasiado lejos de la central de taxis y autobuses que van y vienen entre las dos ciudades. Barato, dormimos en la terraza dentro de una jaima pequeñita, está todo muy limpio y los que llevan el albergue, una pareja de franceses son muy amables, simpáticos y te ayudan a todo lo que está en su mano. Sólo un problema, las pequeñas jaimas cuentan con mosquiteros que no protegen de los mosquitos y si uno no tiene repelente será acribillado por ellos. El spray color amarillo made in Senegal que venden en la tienda de enfrente al albergue no mata ni a un solo de ellos.
Al día siguiente Darren y yo explicamos al staff del albergue el problema de la visa de Darren, caducada ya desde hace unos cinco días, se ve que ya han escuchado antes casos similares, dicen que si queremos ellos enviarán a un chaval que se ocupe de todo. Esa tarde ese chaval llega con el pasaporte y el nuevo visado estampado en él. Darren no ha tenido ni que presentar las fotos ni tan siquiera verle la cara a la policía.
Le ha costado los 5000 ugiyas que vale el visado + 3500 ugiyas de propina al gestor que ha hecho esto + el taxi de ida y vuelta del albergue a la policía. Yo creo que la historia no le ha podido salir mejor y nos vamos a un restaurante a celebrarlo, nos hinchamos de arroz con pescado riquísimo a menos de un euro cada uno.
Por la tarde, después de comer, nos despedimos, él vuelve a Atar, quiere seguir en el desierto, yo me marcho en un taxi a Nouadibú, ya voy de vuelta. Bai, bai, mai friend and gud lock.
 Antes de subir el taxi tengo un conflicto con un listillo por la plaza a ocupar.
 Yo estoy antes que él y quiero ventanilla, cuando el listillo llega yo me bajo del taxi y le digo, cediéndole el paso, que suba, el dice que no, que suba yo, y yo que no que suba él, él me dice que se marea y vomita y yo le digo que yo también.
 Seguimos así un rato, yo sé como funciona esto y sé que si yo estoy primero me toca elegir plaza, si el listillo es un señor mayor que yo, me callo y le dejo elegir pero éste listillo encima era más joven que yo, así que no cedo, no me da la gana.
 La situación se pone por momentos desagradable, se enfada, dice cosas en hassania, yo no digo nada, mi cara es imperturbable.
 Los chicos que expenden los tikets de los taxis me dice con señas que muy bien por no dejarle al otro subir, me conocen de la otra vez que estuve aquí hace unos días, se acuerdan hasta de mi nombre si bien los cabrones me llaman Manuela en vez de Manuel.
-¡Muy bien, Manuela, muy bien!- Me dicen mientras levantan el dedo gordo en gesto afirmativo.
 Cualquier viajero sabe que las discusiones a la africana son casi democráticas y siempre muy participativas...
  El listillo acaba subiendo al taxi, donde le toca, en medio, ni se marea ni vomita en las cinco horas de viaje, yo pago mi osadía soportando una presión en las caderas nunca conocida por mí en mi ya, se podría decir, larga experiencia de taxis colectivos.
 Llego a Nouadibú de noche, la entrada en el Abba la hago ya con una relativa familiaridad, les digo hasta que número de habitación quiero, me siento como en casa, caigo rendido.



 El camping estaba más animado que la semana anterior, un chavo mejicano, joven, divertido, ya medio enganchado al espíritu empresarial-aventurero de  Nouadibú –para mí, esta ciudad es como una especie de nuevo far-west, todo moviéndose, todo a medio hacer, aventureros, empresarios, buscavidas o todo ello a la vez-, hace unos diez días que me dijo que se iba a la mañana siguiente y permanece todavía aquí.
Ahora anda con un mauritano y hablando de importación y exportación.
 Otro para el lío, me digo mientras lo escucho, y pienso que no ganará un duro pero que mientras tanto se lo va a pasar genial. Y además, como decía J., otro español que también yo había conocido y que andaba intentando hacer negocios por allí, es que si además se ganará dinero sería ya una pasada, la ostia, con perdón.
J. también estaba alojado en el camping en una habitación de las separadas, trataba de hacer negocios con pescado pero de momento no le había salido nada bien.
 El último envio a Tunez resultó ser de baja calidad y llegó en mal estado.
 Llevaba ocho años por África, tenía una mujer en Marruecos –que lo llamaba de vez en cuando enfadadísima, la oía gritar a través del teléfono, mientras yo trataba de contener la risa-, una ex en Barcelona, que por supuesto, se había ocupado de hacerle la vida imposible y una hija también en Cataluña y que era, entre muchas otras cosas, la causante de que su reloj siempre marcara la hora española estuviera por donde estuviera.
 No tenía un duro, e incluso debía dinero a no sé cuantos, pero tenía una muy interesante conversación y un pequeño coche, de éstos muy básicos con matrícula mauritana.
 Me enseñó una foto de alguien que no parecía él, y es que perdía kilos al mismo ritmo que ganaba felicidad.
 Si además ganara algo de dinero sería ya de p. madre, me dijo en una ocasión. Estaba convencido de que su suerte iba a cambiar pronto.
 Me encantó el detalle de la hora española en el reloj por su hija, para saber más o menos que estará haciendo, si estará despierta o no, cosas así, me comentó, me pareció de un romanticismo supremo, yo también tenía una hija lejos y no llevaba ni reloj, pensé, apurado.
¿Qué otros personajes –sin que esta palabra tenga ningún sentido peyorativo- pululaban por el camping?
Japoneses –sí, están por todas partes, lo sé- habían tres, una pareja de mochileros, chico y chica, muy jovencitos, ella, muy bonita, vestía siempre chilaba marroquí, y un señor mayor, casi un anciano, delgado, muy fibrado, parecía un maestro de algún arte marcial.
 Plantó su tienda en medio del salón comunitario. Y no hablaba una palabra de nada, excepto japonés, ni un poco de inglés o de francés, nada. Uno se preguntaba cómo demonios podía haber llegado hasta allí, con el lenguaje universal de los gestos, se pensaba enseguida, pero conforme pasaba el rato te dabas cuenta de que no era muy expresivo, sino más bien todo lo contrario. Pero allí estaba plantado, hablando en voz baja con los otros japoneses.
  Junto a ellos estaba un saharaui de unos cincuenta y pico años, había ido a los campamentos de refugiados desde Dakhla en el lado marroquí para ver a su hijo y éste lo estaba acompañando de vuelta hasta la frontera. Esta es la única manera que tienen hoy en día las familias saharauis separadas para verse de tarde en tarde, los que están en el lado marroquí pasan a Mauritania y allí cogen el tren hasta Zouerat, después con landrover se pasa por Bir Mogreim a Argelia llegando a los campamentos. A la vuelta, en la frontera marroquí se había de simular que solo se había estado en Mauritania porque sino aparecían los problemas.
 Este señor era un descojono, además de hablar español con un acento muy gracioso, era muy ocurrente:
-Joderrr- arrastraba así la erre- llevo cuatro horas aquí sentado hablando con estos chinos y estoy seguro que no me han entendido una palabra -yo también estaba seguro-
-Joderrr, lo mejor de todos es que yo a ellos tampoco- Y allí seguía dale que te pego.
 Y ya me deja alucinado cuando me dice:
- Lo mejor de todo es que ellos tampoco se entienden entre si ya  que este señor es japonés y la parejita son chinos- Ahora si me ha dejado estupefacto, para nada, pienso mientras me callo, son todos japoneses, ¿qué habrá entendido este hombre para llegar a semejante conclusión?
Continuaba, mientras miraba a los ¿chinos?:
-Ay, ay, ay, qué mundo este con sus gentes, cada pueblo con su música especial, diferente.
  Se refería a las diferentes maneras de ser, de pensar, de vivir, para él todo podía ser incluido en una metáfora de temática musical, dijo muchas, recuerdo alguna:
-Ay, ay, ay, cada tierra, cada viento, tiene su música, algunas son suaves, otras fuertes y poderosas…- 
  Muy bueno, pensé, este tío es un poeta.
-Hay músicas diferentes que en la cabeza de otros suenan raro, como desafinadas, se vuelven locos.
¡Oh sí, eso es así, muy bueno!. Pensaba yo mientras hablaba.
 Y mientras hacía además de tocar la guitarra, agitaba la cabeza.
 También andaba por allí un italiano que hablaba español con acento californiano – un porrón de años en California- que iba con su hija pequeña y que decía que había comprado un Reanult 21 en Murcia por 350 euros y lo acababa de vender en Mauritania por 1200 euros. Cuando una noche después de cenar nos juntamos los dos españoles, el mejicano y el saharaui, y empezamos a hablar así como hablamos los que hablan castellano, es decir con pasión y en un volumen muy poco discreto, el italiano salió, se quejó y nos pidió que hablásemos mas bajito. Nos fuimos. Me sirvió para conocer el hogar canario, uno de los muy pocos sitios ¿el único? dónde sirven alcohol en Nouadibú. El garito me gustó, era lo bastante deprimente, éramos pocos, una mesa con unos españoles ya bastante borrachos y nosotros.
No me pareció caro ni el precio del whisky.
 La camarera era una chica negra muy exuberante, con un trasero descomunal y una antipatía profunda, bien definida y ensayada, formada y lastrada durante mucho tiempo de pesada convivencia entre guiris borrachos, pienso yo, desde luego no la culpo.
 Menuda cruz.
 Pasando de esta exclusividad y de la característica principal del bar que es servir alcohol, D. el mejicano y yo pedimos dos fanta de naranja. J. pide un whisky y mientras se lo miden les comento:
 -Debemos ser los dos únicos gilipollas en todo Nouadibú que vienen al hogar canario a beber Fanta.

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