LLEGADA A ESTAMBUL



La parte de Turquía que se encuentra en la Europa continental es en cuanto a paisaje similar a Bulgaria, en cambio sus pueblos y ciudades son diferentes a simple vista. No se trata solamente de los altos y bellos minaretes de las mezquitas, el cambio va más allá y se ve todo mucho más próspero que en el país vecino.
 La llegada a Estambul lloviznando mientras anochece a Uluslalarasi, una colosal ciudad del transporte en el barrio de Esenler, obliga al viajero a esmerarse si quiere encontrar un transporte barato hacia el centro. Si éste pasa de coger un taxi -yo trato de evitarlos en este viaje a toda costa por cuestiones económicas-  y necesita ir por ejemplo a Sultanahmed, donde se encuentran varios hoteles y hostales baratos, deberá coger desde esta monstruosa ciudad del transporte un minibús, seguido de un metro, seguido de un tranvía, andar algo, y mojarse mucho.
 
Ya en Sultanahmed camino bajo la lluvia buscando un hotel que no cueste más de diez o quince euros como máximo. No encuentro ninguno después de un buen rato por lo que decido cambiar de barrio a ver si tengo más suerte. Finalmente, cuando ya ando calado hasta los huesos, encuentro el hotel Yeni. Habitación individual por 25 libras turcas, es decir 10 euros, con un suelo que parece un campo de motocross y una ventana que da a unas hermosas obras, no se puede pedir mucho más. Flota en el ambiente un intenso olor a pintura que desde luego no proviene de nada recién pintado de mi cuarto algo mugriento. En turco hotel Yeni significa hotel Nuevo. Desde luego lo fue algún día. Para ser justo también diré que tiene cosas buenas, las sábanas, por ejemplo, están limpias, además está bien situado y el escaso personal es muy amable.
 Pese a todo, la próxima que vez que vuelva a Estambul sin mucho dinero iré de nuevo al hotel Nuevo, aunque tanto como recomendarlo no lo pienso recomendar.
 Me acuesto con frío, algo desanimado, llevo dos días sin pillar una cama y comiendo no demasiado, sé muy bien que mi sensación proviene de ambos motivos. Me aplico el cuento de cualquier habitación de hotel mi hogar, con deseo de animarme. Ánimo, me digo, no pienses en la niña, en mis padres, en los problemas, adelante. Pongo mi ropa mojada encima del vetusto radiador. Hay radiador y hasta funciona. Este detalle me anima bastante.
 A medianoche noto correr algo sobre mi cara, lo que sea lo aplasto de manera automática cuando está a la altura de mi ojo.
 Enciendo la luz. Es una araña. Era una araña. Y no pequeña.
 No sigo precisamente el método jainista, si ellos tienen razón espero que me guste seguir dando vueltas en la rueda de las reencarnaciones.
 Amanece y asomo el morro fuera. Hace lo que me parece un frío horrible. Todavía no sabía que era buen tiempo comparado con lo que se avecinaba. Cruzo el puente Gálata por debajo para hacerlo lo más a cubierto posible, un viajero solitario me pide que le haga una foto, me recuerda a mí mismo, pero más joven eso sí. Más joven él, no yo, se entiende ¿no?
 Una de las desventajas de viajar en solitario es que tienes que pedir a desconocidos que te hagan la foto.
 Es prácticamente la única, todo lo demás son ventajas. Doy fe.
 Acaso podría contarse también entre las desventajas que normalmente no hay nadie que te pueda rascar la espalda, pero esto no reviste mucha importancia ya que tampoco es fácil que los acompañantes de viaje rasquen la espalda siempre que pica.
 Si en un viaje tienes a alguien que te rasca la espalda siempre que quieres, cuídalo o cuídala, esa persona vale la pena. Y lo mismo pero al contrario, por mucho que te diga, si no lo hace, no te fíes del todo, es más, ahí no hay futuro, lo mejor es que la abandones, sin broncas, sin dramatismo, te esperas a que pare el tren, oye cariño que voy a mear, te bajas, no te esperes en los tigres por si él-ella va a buscarte, al no encontrarte volverá al tren pues te creerá allí y éste volverá a partir, puntual, por mucho que él-ella berree y le haga aspavientos al revisor. Cuando ya no se vea ni el último vagón cruzas las vías por abajo, pasas al andén de enfrente y cambias de dirección, no te lo-la vayas a encontrar más adelante. No pasa nada. Hay doscientos países y seis mil millones de personas en el planeta. Lo superará. Tú también. 
 Estar contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado.

  Estambul me impresiona y eso que no es la primera vez que estoy aquí. Hace años pasé aquí una semana con una chica mejicana que dejó en mí una profunda huella. Si recordara cómo se llama hasta le mandaría un beso desde estas líneas.

La mezcla de mar y ciudad, colinas y mezquitas, el tráfico marítimo, siempre la embellecen por muy mal tiempo que haga. Hay algo épico y también melancólico en el olor a salitre, las barcas meciéndose amarradas, los graznidos de las gaviotas, en el rumor de las muchedumbres por sus calles.
 Ese día desayuno un kebab de pescado, almuerzo un kebab de pollo y ceno un kebab de cordero. Me gusta variar.

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