BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA





 Si Alejandría consiguiese construir algo parecido a lo que fue su mítico faro o una biblioteca medianamente similar a la que tuvo en la antigüedad, se convertiría en un destino turístico de primera dentro de Egipto ¿Quién sería capaz de resistirse después de ver las pirámides de Gizeh a visitar el grandioso faro de Alejandría? En vez de eso no hay nada parecido a su faro y la biblioteca es un mamotreto totalmente ultramoderno del estilo del Guggenheim o de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Una enorme estructura que combina metal, cristal y agua. Pagada y construida en gran parte por españoles, razón de que la biblioteca sea llamada así, “la biblioteca”, en español, en toda Alex, sea cual sea el idioma que se esté utilizando.

 La encuentro rodeada de algún tanque y demás vehículos militares, como otras partes de Alex y de todo Egipto, casi únicos vestigios de la revolución de hace tres meses.

 A un extranjero le cuesta la entrada el equivalente a un euro y veinte, más que a un egipcio y aunque quien quiera puede pensar que la entrada a una biblioteca pública debería ser gratis la verdad es que a ésta se le perdona en cuanto uno entra.

 Firmo en el libro de visitas que hay en el primer sótano, en realidad cualquier idiota, incluido yo mismo, puede hacerlo.

 El interior es fantástico, la biblioteca se expande en varios niveles bajo la cúpula todos estratificados en un mismo espacio común grandioso, su espectacularidad hace recomendable la visita hasta para aquéllos que odien los libros, pero para los interesados en algo más que las formas arquitectónicas, diré que la biblioteca cuenta con trescientos cincuenta y seis libros en español. Algunos son manuales de lengua y diccionarios, otros muchos son libros de autores españoles que versan sobre Egipto, historia, arqueología, arte. Hay también libros hispanoamericanos. Novela, casi nada. Entre los diccionarios me llama la atención uno que se titula “Diccionario de atentados contra el idioma español” de un tal Aroca Sanz, como lo pille por banda algún alejandrino espabilado va a acabar hablando mejor que cualquier españolito. En inglés son cinco mil títulos los que aparecen y como en todas las bibliotecas del mundo son muchas más las estudiantes que los estudiantes. Ayudo a una chica a recoger sus libros cuando tropieza en una escalera haciéndose daño en el tobillo. Su dolor se apacigua un poco frente al desconcierto de ser ayudada por un extranjero. Me da las gracias educadamente.




 Después de unas horas salgo a la calle a comer en un chiringuito al aire libre que hay enfrente de una universidad colindante con la biblioteca. Por enfrente de mí algún autobús con turistas sale de la biblioteca y cruza la zona de las universidades a esta hora repleta de estudiantes comiendo en los bastantes garitos como en el que yo me encuentro. Me recuerdan al Papa y su papamóvil. Ellos ven desde sus alturas móviles lo que por aquí pasa, pero apenas tienen tiempo de fijarse en el detalle. Además, ven, verán, pero no oyen, no huelen, o huelen menos. Un autobús con aire acondicionado es una cápsula casi aséptica, muy cómoda pero aislante. Muchos de ellos lo prefieren precisamente por ello. Pasar de puntillas, nadar guardando la ropa, hacer el amor sin despeinarse. No sabrán a que sabe la comida de este bar, ni sus precios, ni como tratan los empleados, ni qué pasa si se pregunta algo a un estudiante, no escucharán las risas de la chica de la mesa de lado, no verán a las nuevas parejas de novios. Verán la vida, sí, pero de más lejos.

 Al rato pienso que yo mismo viajo de manera continua en autobús…

 Aquí todo el mundo bebe Mirinda con un contenido verde fosforito, lástima no haberla pedido. Mi Pepsi en botella de cristal sabe exactamente  como las que tomaba cuando era pequeño, no está nada mal, pero la próxima vez me tomo una fosforita nuclear, con un par. Esta bebida no creo que triunfara en España, tiene todo el aspecto de ser radioactiva. Una Fanta de fresa o frambuesa que también venden no tiene mejor pinta, parece que se vaya a engullir un empalagoso jarabe rojo y que las tripas quedarán pegadas de por vida.

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