KHAN EL KHALILI



Recorro a pie la ciudad desde la Plaza Tahrir, si ella ha sido principal escenario de la reciente revolución, el barrio de Khan el Khalili lo es de las obras del maestro y premio nobel Naguib Mahfuz.
 El trayecto es cansado pues no está cerca, el calor y el humo pueden aturdir al viandante siempre en constante peligro de ser atropellado en el verdadero caos circulatorio pero las barriadas que se atraviesan son muy diversas entre sí, algunas gremiales –paso por una dedicada al comercio de electrodomésticos-, y todas muy populares con muchedumbres de todas las índoles recordándome algunos de sus paisajes a los cómics de los ochenta y sus ciudades futuristas después del holocausto nuclear. 


  
El muy visitado por los turistas barrio Khan el Khalili se encuentra pegado a la mezquita de Hussein. Venimos atraídos por los libros de Naguib Mahfuz, algunos lo hemos leído, otros no. A estos últimos les basta con que salga en su guía de viajes.
 Hussein era hijo de Alí y nieto del Profeta Mahoma y el día que llegué era precisamente la festividad dedicada a este guerrero. Esta es la mezquita que se disputa con la de Damasco el tener su venerada cabeza.
 El ambiente es puramente festivo y no hay ni rastro de turistas, veo manifestaciones con pancartas que rememoran la fecha y una especie de banda de música popular hecha con chirimías y enormes tambores sobre ruedas, veo grupos de jóvenes venidos de diferentes partes del país que invitan –a mí también- a unos vasos de una bebida de color más oscura que la cocacola que sacan de unos grandes recipientes cromados y que nada más beberlo me sabe a regaliz, está muy rico y aunque hay unos pocos vasos para cientos de personas y no se friegan entre unos y otros quedo muy agradecido. Me dejo perder por sus laberínticos callejones, muchos con el suelo levantado, en obras, hacemos todos equilibrios sobre maderas, habiendo a cada poco rato decenas de vecinos bajo lonas sentados o tumbados en esterillas fumando sisha y bebiendo té, agrupados en cofradías. El barrio es otro mundo, maravilloso e impresionante, de vez en cuando se oye un welcome dirigido a mí. Los interiores de las casas son oscuros y medievales, bajo una gran tienda de lona hay gente danzando frenéticamente al ritmo de lo que parece una recitación coránica, la danza es repetitiva y consiste en un vaivén  a base de cabezazos y palmadas. Son sufíes en uno de sus principales días de celebración.
 Danzan para fundirse en Dios.
 En cierta manera me recuerdan el ACTV un domingo pot la tarde, hay la misma pasión.


 Al hacerse de noche la mezquita de Hussein brilla en todo su esplendor pues miles de bombillitas de todos los colores realzan su contorno, alrededor de ella no cabe una aguja, además de público hay multitud de vendedores y una línea de restaurantes.
 Frente a la terraza abarrotada de uno de ellos una mujer mayor loca se baja los shorts y se toca el sexo desnudo mostrándolo mientras hace gestos obscenos y grita, la gente la tolera bastante bien pese a estar frente a esta mezquita tan importante en su principal día del año, y es que es verdad en la práctica que los locos en tierras musulmanas no sufren, en principio, un rechazo drástico, ya que al fin y al cabo, su estado también es la voluntad de Alá.
 No voy a visitar la Ciudad de los Muertos pese a estar cerca de aquí, en vez de ello subo a pie por una avenida y mientras la recorro disfruto desde lo alto de una buena panorámica de todo este cementerio reconvertido en viviendas.
 En el momento que anochece estoy en los jardines Al Azhar y tengo El Cairo a mis pies, no se ve su final físico, la bestial ciudad ruge de manera continua y a esta hora las mezquitas se iluminan y durante unos cinco minutos se puede escuchar en un concierto sobrecogedor cientos de mezquitas cantado la llamada a la última oración del día.


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