TÚNEZ POSREVOLUCIÓN. LA PUÑETERA ZONA TURÍSTICA DE LA ISLA DE DJERBA




He decidido visitar la Zona Turística –llamada así- de Djerba en autobús de línea.
 La parte de los complejos turísticos que da a la carretera se podía resumir con un adjetivo: descorazonadora.


 La parte que da a las playas no es mucho mejor, si bien el mar tiene bonitos colores, esto no han conseguido cambiarlo, por el momento.



 No dudo, y lo digo en serio, que estar alojado en uno de esos complejos no debe de ser una experiencia muy incómoda, sobre todo porque se está de vacaciones, y casi siempre es grato que te besen el culo, aunque sea con una falsa sonrisa de servilismo y a cambio de dinero.




 Me levanté temprano y dí unas cuantas vueltas buscando la estación de autobuses. Es fácil que un djerbano siempre responda incluso cuando no te ha entendido o no sabe el destino. Es fácil, también, que haya sido yo el que no se aclare… Bueno, la encontré, compré un billete de autobús Houm Souk – Túnez para mañana a las ocho y media por unos trece euros al cambio y me senté a esperar que saliese el de línea para la Zona Turística.
Con semejante nombrecito uno se puede esperar cualquier cosa.
 El cobrador del autobús se sitúa en un pupitre al final del mismo, que es doble, de esos largos con un fuelle partiéndolo como si fuese un acordeón.
Las paradas de esta línea coinciden con las puertas de los grandes hoteles.
 -Buenos días, ¿a qué hotel va?
 -No lo sé, sólo quiero dar una vuelta…
 -¿Entonces?
 -Mire, pago hasta el final de la línea y ya veré.
 Así lo hago.
 Después de bellos paisajes con marea baja empiezan los hoteles.
  Sin gracia, con solares intercalados con obras abandonadas a mitad construir, distancias inhumanas en las que algún despistado sonrosado se aventura a caminar con cara de desconcierto, y típicos mamotretos de mal gusto, vacíos además, aterradores.
 Al final de la línea llegamos a la playa que queda a la izquierda y a una especie de salina que queda a la derecha.
 Aquí seguramente se le llame salina pero en mi barrio sería un descampado donde algunos turistas hacen el chorra a bordo de algún quad, todoterreno, camello o caballo.
 La playa, llena de algas, estrecha, se extiende como un calcetín sudado entre los bloques y el mar.
 Algunos turistas perdidos, en su inmensa mayoría obesos y aceitosos, como los gorrinos de mi abuela antes de la matanza, se achicharran bajo algunas maltrechas sombrillas de paja sin poder bañarse en un mar demasiado frío en esta época del año lamentándose –o al menos deberían- sobre el hecho de qué carajo les ha traído aquí.
 Mientras, algún chulo de playa tunecino hace el idiota consiguiendo estúpidas cabriolas a caballo.
 Dejo pendiente de visita las zonas bonitas de la isla de Djerba para la próxima vez que venga.
 Es mejor empezar por lo horroroso...
 Me voy despidiendo de esta ínsula mientras devoro un bocadillo de kefta picante en un restaurante cualquiera.

 Antes de sentarme le he preguntado al patrón:
 -Por favor ¿dónde están los precios?
 -¡Los precios soy yo!
Yo creo que se ha ofendido por la cara que se le ha quedado.
 Otra cara revolotea rápidamente a mi alrededor.
 Es la de la camarera, y es sonriente. Bastante. No sé si a la chica le han dicho tú sonríe, pase lo que pase, pero luce una bonita sonrisa. Y lo hace de verdad, no sólo con la boca sino también con los ojos y con todo su ser. Al menos eso parece. En cierta manera, resplandece.


Duermo una pesada siesta de dos horas en el albergue juvenil de Houm Soukt, el cual, justifica casi por si mismo, el viaje a estas tierras.
 Me levanto, busco un internet e imprimo un par de billetes de avión. Regresaré a España a por la chiquilla y nos iremos al día siguiente a Marruecos.
 Me marcho de la oficina, me cruzo con las dos mochileras norte europeas del albergue, pero no me dicen ni adiós.
 Claro, no me ven…
 Al rato vuelvo a Internet porque he olvidado hacer una cosa y la mujer que lo regenta tiene el detalle de no cobrarme.
 Tal vez sea porque yo he tenido el detalle de no estampar su gato cuando me pisoteaba una y otra vez el teclado mientras trataba de escribir, restregando su pelo contra mi cara.
 Camino sin rumbo por la ciudad hasta las afueras de detrás del campo de fútbol.
 Hay un barrio de casas bajas y blancas, en sus calles se quema la basura acumulada en sus esquinas alrededor de insuficientes contenedores. Hay una hoguera casi en cada esquina, parece ser que los vecinos se cansaron de esperar un servicio de limpieza desaparecido.
El fuego purifica, es algo que se sabe también a orillas del Ganges o en la ciudad de Valencia.
 En un callejón asisto a una boda djerbiana, suben a los novios a un camello, en todo momento permanecen ocultos, las mujeres visten el vestido tradicional, vistoso, colorido, llevan sombreros de paja.
 Así debían vestir no hace tanto todos los habitantes de la isla. Hoy en día apenas es utilizado por algunas irreductibles ancianas.
 Nadie me dice nada excepto un joven que desde un coche me dice que me aparte para poder aparcar su trasto mecánico.
 Es la modernidad pisando fuerte.




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