JEBEL QASIOUM



Hoy es San José, día del padre en España, he llamado para felicitar al mío y para que me felicite mi hija. Están a punto de quemar las fallas, esto último no me importa mucho, estoy en Damasco, lo de mi padre y mi hija me toca bastante más.
 He subido a la Jebel Qasium, montaña  pegada a Damasco y desde la que se obtiene una panorámica suprema de la ciudad.
 Me habían dicho, entre ellos una chica inglesa que duerme en nuestra comunitaria habitación, que era imposible llegar en service (microbús) a su cima. En realidad así era, pero por no coger un taxi –en todo el viaje creo que solo he cogido hasta ahora uno en Palmira, y porque iba con una pareja de franceses que se empeñaron- he cogido dos micros, he llegado a un barrio enclavado en la pendiente llamado Naba, y el último tramo lo he hecho ascendiendo por las empinadas laderas a pie.
 Al llegar arriba he tenido que saltar la valla de un restaurante. No es un camino habitual para los turistas, un camarero me pregunta si he subido por la montaña, al decirle que sí, nos ha dado la risa.
 Aquí arriba hay restaurantes donde te pueden pegar una buena clavada. Lo sé porque es lo que les pasó anoche a unos mochileros anglosajones del hostal.



 La Jebel Qasium, conforme anochece, está más y más concurrida, no sólo suben autobuses de turistas a cenar, sino que numerosos grupos de amigos de fiesta eligen un lugar donde apostarse a lo largo de la carretera, ponen música en el coche y comen, bailan, gritan. También hay muchas parejitas. El sitio recuerda a ése que en las películas americanas sube el chico con la chica en un descapotable y se ve la ciudad de Los Ángeles iluminada a sus pies.
 La vista de Damasco de noche es espectacular porque a las luces de cualquier gran ciudad cabe añadir las de los minaretes de las muchas mezquitas, iluminados todos ellos con tubos de color verde islam fluorescentes.
 En un momento, una tras otra, todas las mezquitas de la ciudad extendida a mis pies se ponen a cantar, las voces de los almuecines rebotan en la montaña produciendo miles de ecos. Uno se ve envuelto entre cientos de cánticos mientras se esconde el sol. El Islam y su fervor llama al mundo entero a cumplir con uno de sus principales cinco preceptos, la oración. El viajero se ve sumido en unas sinfonías casi palpables, casi sólidas.
 Decido bajar andando por los barrios de la montaña, si esto fuera Brasil, serían llamados favelas. La vida se abre paso en pendiente, entre subidas y bajadas, la gente es humilde y aunque me miran, nadie me dice nada si no es para guiarme. Son la parte que más me fascina de Damasco. Me quedaría a vivir una temporada, seguro que en su para mí exótica cotidianeidad se encuentran mundos inimaginables.




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