TÚNEZ POSREVOLUCIÓN, TIEMPOS REVUELTOS



Hoy, 19 de marzo, y aquí, en las islas Kerkennah conocí la hospitalidad en su grado supremo, pura, sin adulterantes, sin emulgentes, fluida, natural, limpia.
 Tengo que llevar cuidado al escribir bajo la influencia de una sobredosis de teína y cafeína para no desarrollar una descripción hasta casi el infinito, con típica pedantería dragoniana.
 Por la mañana encontré a H., se compró cervezas sin permitir que las pagara, dimos una vuelta en moto, muy despacio, por el este de la isla, fuimos a su casa, su familia amabilísima, su hija cada vez más guapa, café con pasteles, conversación agradable e interesante, arroz picante con patatas y pollo, té color cocacola.
 Después  visita al almacén donde trabaja, pequeño y lleno de pescado y pulpos, otra vuelta al este de la isla esta vez con su hermano M., que no cambió París por su aldea después de unos años pasados en la capital francesa. Sus explicaciones, por lo tanto, en lo que me parece un perfecto francés con acento parisino casi ininteligible.
 Paseamos por la orilla de un mar plateado:
 - M., ¿podría un cabeza de familia hoy en día dar de comer a su familia con una de estas barquitas?
- Sí, podría, depende también de como piense, si en grande o en pequeño, desde luego no tendría coche ni cosas así.
 Pienso en un improbable futuro como pescador para mí mismo. Llego a la conclusión de que me gustaría.


 Acabo el día de vuelta en el hotel después de unos cuantos tés de más, me sorprende la presencia de otros viajeros en el albergue; uno parece un alemán gordote, la otra, una chica joven y delgada, morena con madre tamil de Malasia y padre europeo, mestizaje idéntico al de mi propia hija. Más tarde, para felicitar a mi padre por el día del padre visito un cyber de música atronadora con jóvenes jugando a video juegos.
 Qué diferente todo esto a la descrición de Remla por Theroux, que leo después, sorprendido; y también contento de no haberlo hecho hasta ahora, creo que me hubiera llevado un chasco. ¿Es mejor no leer, no informarse, no saber? Da que pensar.
 Empiezo el siguiente día alquilando una bici, comiendo un bocadillo y un té.
 Si no se tiene mucho dinero y se pretende viajar se ha de estar preparado para comer bocatas a todas horas, todos los días.
 Desayuno bocadillo, como bocadillo y ceno bocadillo.
 Prefiero eso a quedarme en casa.
 En estas tierras y en los garitos que visito cincuenta céntimos de euro suele ser su precio.
 ¿Ayuda la pobreza de un país al viajero de muy bajo presupuesto?
 ¿Ayuda la inestabilidad política y social al viajero a no encontrar más turistas?
 ¿Al viajero egoísta pues?
 Pedaleando llego al único museo de la isla en Abassie.


 No soy un entusiasta de los museos, algunos me parecen naturaleza muerta, suelen darme pena por las cosas que ya pasaron y hoy aparecen en ellos, pero este está hecho con gusto y sencillez (sobre lo primero ya sabemos que no hay nada escrito) y repasa las artes tradicionales de las islas, enseñando bastantes cosas sobre ellas. Otras salas enseñan artes tradicionales de pesca, costumbres locales (como los caparazones de tortuga que se usaban de cuna),
un esqueleto de ballena bastante impresionante, varada en las poco profundas aguas del archipiélago hace no mucho y documentación sobre un kerkeniano al que le tocó ir, al pobre, a las dos guerras mundiales.

 Hay ninots en casi todas las salas representado escenas.


 No es un lugar para visitar de niño, de noche y con una vela en la mano.

 Hay espadas antiguas y una pequeña representación de los animales de las islas en botes de formol que conocieron tiempos mejores.
 A la salida me encuentro con la persona que ha creado todo esto, un hombre que cojea y al que, después de su intento de venderme un libreto en inglés, le cuento mi hallazgo del esqueleto con detalle.
 -No, no es un caparazón de tortuga, es un tonel de madera.
 -No, no creo que sea un animal, ¿qué musulmán entierra un burro, un perro, dentro de un tonel de madera y delimita la tumba con piedras?
 -No, no creo que sea muy nuevo, un tonel de madera puede conservar cosas como aceite y vino durante miles de años.
 Me habla de que el año pasado, en pleno tiempo de la convulsa revolución hubo desaparecidos en las islas.
 No descartamos esa posibilidad pues el cadáver hedía…
 Ya van tres avisos en tres días, el primero, el dueño del albergue diciéndome que me encierre por las noches con llave en mi habitación, no temiendo pues por mis cosas, si no más bien por mi persona.
 El segundo el gordo patrón del puerto de El Attaya diciéndome que no es por meterme miedo pero que evite ir solo a zonas muy despobladas al borde del mar.
 El tercero el del museo diciéndome claramente que hace un año hubo desaparecidos.
 Yo no me atrevo a los cuatro días de haber llegado a preguntar abiertamente por estas cosas, menos en una isla pequeña.
 No me parece prudente en tan poco tiempo indagar sobre estos temas pese a que me interesan lo suyo.
 Los tiempos revueltos que hoy en día convulsionan Túnez no contribuyen a crear ningún clima de confianza.
Para mí no deja de ser un misterio, casi una novela, porque lo veo desde mi prisma inocente y temporal del viajero, soy como una aparición espectral que se difuminará a los pocos días, un espejo transitorio, un espectador ausente y anodino, sin mancharme, sin sufrir y de manera voluntaria, en cambio están implicadas vidas humanas y el futuro de todo un pueblo, amable, educado, incluso generoso.
 Después marcho con la bici por la carretera principal que une Remla con Sidi Youssef pero veo atrayentes pistas de tierra que se adentran entre las palmeras rumbo norte.
 Las sigo.
 Me maravillo de lo bien que me oriento y a los cinco minutos de enorgullecerme de ello el mar me sorprende apareciendo por donde no tocaba, desorientándome.
 Llego a una costa despoblada, bella, virgen, dejo la bici y la recorro andando.
 Aguas cristalinas, en calma, me imagino a mi hija bañándose en ellas.
 A lo lejos distingo algo muy dentro del mar, son plataformas petrolíferas amenazantes y lúgubres.
 No dejan ni un duro a los kerkenianos.
 Todo se lo quedan los peces gordos de algún consejo de administración ubicado en Sfax.
 Hoy en día se reivindica que al menos la luz eléctrica salga más barata para los isleños.
 Pero ni con esas.
 En fin, lo de siempre.
 Confío -porque nos lo merecemos- que si los humanos como especie se perpetúa algo en el tiempo, se vea esta época tan oscura como en el presente nos imaginamos el medievo. Razones no nos están faltando.

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