AQABA




¿Recordáis cuando en la peli Lawrence de Arabia consigue llegar al mar después de las batallas, y pasea a caballo por su orilla teniendo a sus espaldas una ciudad blanca en llamas?

  Pues es Aqaba. Cualquier parecido con la Aqaba de hoy en día es pura coincidencia. Natural, si tenemos en cuenta que la Aqaba de la peli fue simulada en Almería.
 La Aqaba actual es una ciudad marítima populosa con una avenida costera llena de resortes turísticos de lujo pegada a una activa población árabe. Bancos y casas de cambio, centros comerciales, mezquitas, restaurantes baratos, algún zoco, un barrio con casas de masajes chinos de farolillos rojos y final feliz, turistas, árabes saudíes, alguna avenida arbolada, tráfico intenso…

 He venido hasta aquí pues quiero tomar el ferry que va a Egipto. Puedo seguir por tierra pero tiene que ser pasando por Israel. No me interesa Israel, bueno, no es que no me interese, es que paso de Israel, no me apetece tener problemas en las fronteras. Si paso de Jordania a Egipto paso una frontera pero si paso por Israel paso dos y no deben ser unas fronteras fáciles de pasar con un pasaporte lleno de sellos de países árabes de todos los colores al igual que no quiero problemas a la hora de seguir viajando en un futuro por todos esos países con un sello israelí en mi pasaporte. Además la fama de estado ultra-policial que tiene Israel no acrecienta mis ganas de pasar por allí. Y entre tomar un barco o un autobús, otra vez, prefiero un barco.

 Tengo todo un día pues llego de buena mañana y no zarpo hasta la noche, desayuno en un turco, paseo por los grandes hoteles buscando una salida al mar, no la hay, localizo una pequeña playa en el centro, la chavalería se tira desde un embarcadero al mar haciendo piruetas, los barquitos dan paseos a los turistas, las chicas se bañan vestidas junto a sus novios en bañador, alquilan esterillas a la sombra de las palmeras, familias enteras almuerzan junto a la playa, adolescentes en plena edad del pavo abarrotan los restaurantes. 

 Cuando paseo por unas ruinas buscando una sombra tranquila para descansar me llaman dos hombres sentados junto a unas huertas, parecen agricultores, uno lleva turbante, el otro no, les saludo y me hago el loco pues quiero tumbarme a la sombra y dormir. Insisten. Me acerco y empezamos a hablar, en un momento dado el del turbante me ofrece un aguardiente transparente, le digo que no bebo, seguimos hablando, el que no lleva turbante me cae bien, parece simpático. Al rato se levanta y colocándose detrás del otro y sin que éste lo vea me hace señas para que me marche. Lo entiendo enseguida. Dejo pasar unos instantes para que no se note. Me levanto, me despido y me voy. El borracho quiere que me quede pero no le doy opción, cuando paso por al lado del honrado le doy las gracias en voz baja y me alejo de allí.
 En un banco de un parque me echo una siesta.


 Por la noche un taxi me lleva al puerto a toda velocidad atravesando largas avenidas iluminadas por farolas naranjas. El coche es un modelo japonés y se le oiría silbar su motor a todo trapo si no fuera por el volumen de la música puesta a tope, el conductor es un hombre joven con ganas de charla.

Nos gritamos para poder escucharnos por encima de la música tecno. Al parecer no hay autobús a estas horas aunque el puerto está atestado de egipcios camino de su país, pues el único ferry operativo siempre sale de noche. A qué hora no está muy claro, pero vamos que salir, sale. Cuesta sesenta dólares americanos, y navega por el Mar Rojo toda la noche para arribar de buena mañana al puerto egipcio de Nuweiba, situado en el noreste de la península del Sinaí.

  
El puerto de Nuweiba cumple con las expectativas que uno espera de un puerto africano pero en plan light. Desembarcamos en manada, la gente se apelotona, se empuja, grita y cuando llega el momento de la liberación corre mezclándose con la muchedumbre que ya estaba en el puerto, las mercancías se amontonan a su vez mientras la policía hace como que hace su trabajo. Los trámites no son muy complicados, lo difícil es saber dónde  realizar cada uno, no hay ni un cartel, aún así salgo más o menos rápido del recinto portuario sin ningún problema.

 Quiero ir a Dahab pero nadie sabe si hoy habrá autobús. Se me presenta un chico joven regordete vestido de blanco y con turbante del mismo color, es taxista, se me define como un auténtico beduino del desierto, me puede llevar a Dahab. Cuando alguien se me presenta como un auténtico lo que sea, ya me hace dudar. Regateamos y no me convence, me dice que busque más clientes para que me salga más barato.

 Veo a unos japoneses que habían dormido en una escalera del barco cerca de mí, les explico el tema, me atienden desconfiados, les digo que voy viajando como ellos, se dicen algo en japonés tipo este tío flipa, les enseño el pasaporte para que vean que soy español, llevo la tapa borrada, mierda, los mando al cuerno, en español, eso sí, para que no me entiendan.

 A los diez minutos vienen a buscarme para decirme que de acuerdo, regateamos de nuevo con el auténtico beduino del desierto, en un par de horas llegamos a Dahab.














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