TRANSAHAREANDO, CRUZANDO EL SAHARA EN TAXI


DE DAKHLA A NOUADHIBOU
 Dakhla, es una península en el Sahara rodeada de océano, casi una isla.
Luna llena, olor a desierto y mar, pinchitos de camello, telas muy coloridas ondulantes al viento en la vestimenta de sus habitantes.
Ceno, voy a internet, paseo por la cornisa, no mucho más, al día siguiente taxi colectivo hasta Nouadhibou.
 Cuatro saharauis y yo. Dos jóvenes, el chofer Y. y  B. y dos ancianos. Viaje muy agradable y diferente gracias a Y., el taxista, y los demás pasajeros, al principio algo reservados, pero poco a poco, muy simpáticos. No me dejan pagar mi parte de la comida, un buen tayín en un mamotreto blanco antes de llegar a la frontera, y cuando llegando a Nouadibhú empezamos a recorrer el camping Abba y otro, y viendo que no hay plaza para mí, me invitan a dormir en casa de unos amigos de Y., el taxista.
 En realidad ya me había invitado antes de mirar en el primer camping.
 Vaya con el Sahara, por favor, es mucho mejor darse cabezazos contra la pared antes que intentar que pase algo así al norte de Gibraltar.
 En nuestra “civilizada” y aséptica Europa, ¿cuántas veces habéis dormido en casa del taxista que os llevaba?
 Ya en Nouadhibou, aparecemos en una muy bonita y grande casa llena de jóvenes saharauis, casi todos hablan un español más que correcto, nos lo enseñan en las escuelas, me explican, en las escuelas del Polisario claro.
 Al parecer, casi cualquier familia saharaui está divida entre Argelia, Mauritania y lo que llaman los territorios ocupados por Marruecos.
 En frontera mauritana, después de cruzar la inhóspita tierra de nadie, sin asfaltar, llena de pistas y coches desguazados, con señales de “peligro minas”, habíamos tenido unas cuantas horas de espera que nos permitieron a los pasajeros del taxi contarnos cosas bajo un sol de justicia.
   B, me explica que a él como le toca vivir en el lado “marroquí” no sabe hablar casi español. En cambio como tantos otros tiene casi toda la familia en los campamentos de refugiados y de vez en cuando va a visitarlos vía Mauritania con el tren de Zouerat, allí están por ejemplo sus padres, y todos sus hermanos.
 Como hay cosas que no entiendo le pregunto:
 -B., verás, entiendo que toda tu familia esté en Argelia en los campamentos, pero tú, ¿qué haces viviendo en Marruecos?
 - Cuando vivimos la ocupación de Marruecos y nos tocó marcharnos a todos, enseguida vimos que los marroquíes iban a regalar todo lo que allí teníamos a los nuevos colonos, por lo que mis padres decidieron mandarme a nuestra antigua casa para que ésta no nos fuera robada. Pasó así con la mayoría de las familias, por eso están tan divididas. Mis tíos y yo estamos en un lado, mis padres y hermanos en el otro.
 Imagino que no sólo será por las casas exclusivamente, la presencia de todos estos saharauis en su propia tierra también se deberá a propósitos reivindicativos y políticos.
 -Entonces –continúo- ¿por qué no regresó la familia entera?
 -No, no, no puede ser, ellos odian a Marruecos- me dice zanjando así este tema.
 Me invitan a cenar copiosamente, hablamos y también vemos la tele, la nueva gran ídolo saharaui, la gran heroína, es en estos últimos tiempos Aminatu Haidar, su periplo y resistencia en el aeropuerto de Fuerteventura es admirado por casi todos los saharauis, la consideran una triunfadora.
 A la mañana siguiente gran desayuno y cuando pretendo comprar al menos un detalle para los niños de la casa se niegan rotundamente. Me llevan hasta el la estación de taxis para Nouakchott. Me despido de ellos.
 La estación de taxis de Nouadhibou es una explanada de tierra rodeada por un muro donde unos cuantos coches decrépitos y furgonetas viejas esperan su turno de ser rellenados con pasajeros.
 La utilización del verbo rellenar no es una manera de hablar y debe ser tomada con apretada literalidad.
 Coger una plaza en un gran taxi es cómo jugar a la lotería. Lo usual es que los premios se repartan en dos categorías, éstas son; tener mala suerte o muy mala suerte.
 Un Renault 21 ranchera años 80 no es un mal coche para ir con la familia a cualquier parte, pero nueve personas dentro de él y un montón exagerado de equipaje, convierten al viajero en un contorsionista no voluntario. Se aguanta peor cuanto más viejo es uno.
 La carretera de Nouadhibou a Nouakchott sin problemas, como casi siempre, tal vez algunos controles extras, no lo sé, no he pasado por aquí tantas veces como para poder decir si son muchos más pero no lo creo
. La grandiosidad del desierto que atraviesa explica en parte porque es tan difícil para el gobierno mauritano impedir incursiones dentro de su territorio. No me extraña que cuando el polisario estaba mucho más guerrero llegaran hasta el mismo palacio presidencial de Nouakchott  y lo atacaran con bazokas o lanzagranadas. Tampoco me extraña que hoy en día se cuelen terroristas.
 Paso por el punto donde secuestraron el mes pasado a los tres cooperantes españoles pero no me provoca ninguna impresión ni sensación especial. No está del todo mal para un viajero solitario conservar un pequeño grado de inconsciencia respecto al tema de los asaltos y secuestros, pues estos pueden ocurrir prácticamente en casi cualquier punto del globo. Aquél que caiga en la angustia de la preocupación por estas cosas siempre puede agarrarse a aquello que dicen  todos de que es más fácil que te caiga una maceta caminando por la calle que ser asaltado en algún rincón del quinto pino. Es un topicazo pero real en cuanto a probabilidades.
 Mi máxima inquietud surge cuando compruebo desde la esquina de mi último asiento en la tercera fila antes de todo el equipaje que el chofer va quedándose dormido.
 Lo veo claramente por el trocito de espejo retrovisor interior el cual enfoca de manera directa parte de su gran turbante negro y sus ojos con los míos. El señor, ya mayor, abre los ojos y enseguida los vuelve a cerrar en lo que parecen largas cabezaditas, demasiado largas… Esto lo hace todo el rato de manera periódica y continua.
 Dormir durante el camino es una buena técnica para que se haga más corto, pero si quien lo hace es el chófer no es agradable.
 Me inquieto, a nadie le gustaría resultar herido o algo peor, en un accidente con una mierda de Renault 21 cargado hasta los topes.
 La secuencia es la siguiente, abre los ojos un par de segundos, descubre que el mundo que lo rodea o es muy luminoso o no le interesa nada, porque a continuación da dos parpadeos y cierra los ojos durante por lo menos tres segundos, a veces más.
 En el momento en el que me dispongo a dar el primer grito de alarma, siempre, los vuelve a abrir.
 Tengo varias opciones, la primera es callarme y rezar, la segunda es llamar de alguna manera su atención, diciéndole algo por ejemplo, pero estoy demasiado lejos de él (tercera fila de pañuelos y turbantes), y los dos pasajeros del asiento delantero no le dan bola. La tercera es montar un pequeño pollo para que el señor quede bien espabilado, la cuarta es hacer lo mismo que él, cerrar los ojos e intentar dormir hasta que esto pase.
 No me gusta ninguna de mis opciones, sigo observando por el espejo retrovisor, deseando que llegue el próximo control a ver si así va más despierto, miro a los otros pasajeros, ¿nadie se habrá dado cuenta?
 Y sí, alguien lo ha hecho. El pasajero que va en el extremo delantero derecho veo que también no para de observarlo, no sé si alarmado. El tiempo pasa, el conductor sigue haciendo lo mismo y nosotros nos mantenemos en la carretera.
 Hay un par de controles de equipaje, debemos bajar todos y enseñar nuestras pertenencias, hacen descargar el taxi entero, nuestro conductor mejora espabilándose ostensiblemente.
 Vuelve a estar entre nosotros, en este planeta arenoso, brillante y ventoso.
 Es una de las escasísimas ocasiones en las que he agradecido ser parado por la policía.
 Unas cinco o seis horas después de haber salido de Nouadibhú llegamos a Nouakchott, la capital...

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