HOT MAURITANIA Capítulo 3


Vuelvo al Camping Abba y me dan una habitación mucho mejor, la número tres.
 Al día siguiente por 100 ugiyas un taxi me lleva a la estación de tren.
 Llevo años soñando con coger el tren de hierro (bauxita) que se adentra más de 700 kilómetros en el interior del país, el tan cacareado tren más largo del mundo y hoy es el día.
 Llego a la estación una hora antes de la prevista para la salida. De los tres trenes que al día van y vuelven hasta Zouerat sólo el de mediodía lleva un vagón para pasajeros. El billete se compra en la ventanilla o una vez arriba en el vagón ya en marcha, el precio único es de 2500 ugiyas se baje uno donde se baje, yo lo haré, si todo va bien en Choum allá a las dos o tres de la noche. También se puede viajar gratis en cualquiera de los muchísimos vagones donde se transporta el mineral.



 Había leído y me habían dicho lo siguiente:
 “La estación es muy peligrosa”, yo estuve allí cerca de dos horas y sólo se me acercó la policía para pedirme el pasaporte, a lo largo del viaje me han confundido de manera continua con argelino o marroquí, “que cuando se forma la marabunta para subir es cuando actúan los carteristas”, bueno yo no noté nada raro, si se formó unos revuelos a la hora de subir al único vagón pero nada del otro mundo, “que al viajar gratis en alguna vagoneta es fácil ser robado”, me extraña, no tuve ocasión de comprobarlo pero con semejante meneo en plena marcha se me antoja casi imposible ir de vagón en vagón.

 Este meneo, tremendo vaivén, con frenadas y arrancadas muy bruscas, hace que el equipaje caiga encima de los pasajeros por muy bien que se coloque.
 No quiero imaginarme lo que debe ser en una de las vagonetas de mineral, alguna crónica había leído al respecto pero para el que no lo haya hecho imagínese metido en una caja de zapatos de hierro abierta al cielo, batida de manera increíble por la marcha del tren, teniendo uno que sujetarse a donde se pueda sin que en realidad hayan demasiados sitios donde hacerlo, tragando doscientas mil toneladas de polvo, y a ahora a principios de septiembre, una temperatura inhumana, extrema, incluso en plena noche.
 No confiar que el “fresquito” con que se sale de Nouadibhú va durar mucho tiempo, en cuanto atardece abren las puertas del infierno, calor y polvo hacen difícil respirar.
 Dentro del vagón la situación también me resulta durilla. Imagínese esta vez un tren alemán de los años 70 en puro esqueleto, hay cristales, la mayoría, ni abren ni cierran, hay seis asientos por compartimento sin espuma ninguna, los pasajeros triplican la capacidad del vagón, al estar situado entre las tres locomotoras y la larga, casi infinita, hablan de 4.5 kms., caravana compuesta por los vagones de carga, éstos levantan tal cantidad de polvo que hacen que la peña se ajuste el turbante y cuando aumenta el calor se cierra todo lo cerrable con el fin de aislarse del fuego que se cuela por todas partes capaz de desecar al más pintao en pocas horas, pero todo esto, eso si, en medio de un intenso batido rollo ensaimada loca de parque de atracciones.
 La gente, simpatiquísima y muy amable, me invitan a de todo, colaboro con lo que puedo, quesitos, galletas, cosas así, salimos a fumar al pasillo, con el paso de las horas acabo al lado de los wáteres con los “cantantes”, chavales que mezclan hip hop mauritano, muy en boga en estas tierras por lo que parece, con canciones más tradicionales. Me van traduciendo, entusiasmados, parte del significado de las letras.



He visto en el viaje mucha gente cantando, blancos y negros, al parecer les encanta cantar y bailar. Se me acaba el agua, me consiguen una botella. Aseguro que este trayecto en septiembre no se hace con una sola botella de litro y medio de agua por persona, si uno es mauritano con eso y con menos pero los demás calcular unos cuantos litros de agua.
 Casi doce horas después me bajo en Choum, parte de los compañeros de viaje siguen hasta Zouerat, donde llegarán allá a las ocho de la mañana más o menos.
 Abrazos y despedidas, las manos se agitan en la oscuridad mientras se oye mi nombre, otra parte de los compañeros me apadrina y me consigue plaza en la parte trasera de un Toyota Hilux, encima de todo el equipaje, somos 6.
 Este es el 4x4 de marcha más suave y agradable que he cogido en mi vida, aunque tal vez se deba a que mis huesos estaban ya acostumbrados al irascible tren.
 Vamos de Choum a Atar, no recuerdo bien el precio creo que por 2000 ugiyas.
 Salimos a las tres de la mañana, antes compro unas cocacolas para animar el viaje, no hay tiendas, pero cada vez que se para el tren hay niños y chicas vendiendo refrigerios. Vamos por pista, el Toyota va como la seda, muy suave, los chavales cantan, aunque alguno duerme, hay casi luna llena, nos detenemos en un control de policía, no parece muy amable:
-¿Nacionalidad?- mientras mira con linterna mi pasaporte, llevo la tapa borrada desde hace tiempo.

-Española.
-¿Dónde va?
- A Atar y Chinguetti, insalah
- ¿Es usted musulmán?
- No pero conozco las palabras…
- De acuerdo, adiós.



 Amanece, subimos por los acantilados de la meseta de Adrar, el paisaje se hace montañoso, aunque se me cierran los ojos me pasaría años mirándolo.


 Al llegar ya de día a Atar, capital de la región, estoy cansado y un “compi” de los que viajan conmigo me invita a su casa para dormir, comer y lavarme algo antes de coger el taxi a Chinguetti. Para agradecerle la amabilidad pago el taxi hasta su casa, pero antes hacemos el reparto del pescado que trae desde Nouadibhú. Ya en casa me invita a desayunar, está toda su familia, me miran como lo que soy, una extraña aparición, no sé si hacen Ramadán pero no quiero tomar nada, sólo dormir y lo hago durante más de una hora.  Después me lavo, me refresco, el chaval me acompaña a la parada de taxis, nos despedimos, le doy las gracias.
Estoy en un cuchitril mugriento lleno de moscas, espero junto a dos tíos a que haya más pasajeros para llenar el taxi a Chinguetti, no paran de hacer té y de fumar pipas, sólo acepto los primeros, me cubro con la tela para que no me coman las moscas, me quedo frito.
Cuando despierto tengo a un europeo con mochila sentado a mi lado.
Darren, irlandés de Dublín, joven, hace ocho meses lo dejó su novia de toda la vida, bastante viajero pese a su corta edad, chef de cocina, ahora anda por África, va “para abajo”, no sabe, Senegal, quizá Gambia, es tranquilo, con sentido del humor y viajaremos juntos los próximos 3 días. Nuestro encuentro al principio es algo brusco y desde luego una mala noticia para él.
Lo primero es que no le entiendo el país.
- No, no, Holanda, no, Irlanda.
- Ah, perdona Irlanda y ¿cómo te llamas?
Me dice algo y me aventuro.
- No, Dan, no. Mi nombre es Darren.
Vaya no doy ni una. Seguimos. Ahora hablamos de por donde hemos llegado a Mauritania.
- Por Nouadibhú hace cinco días- me dice él.
- Ah, vale, que el visado te lo hiciste en Rabat que no has tenido que ir a Nouakchott.
- No, para nada, el visado me lo hice en la frontera.
- ¿En la frontera? ¿Para cuánto tiempo?
- Un mes.
- Vaya, ¿Darren, tú me permitirías ver tu visado?
 Lo hace, es idéntico al primero mío.
 Lleva dos días en situación ilegal en Mauritania.
 Se lo hago saber de la manera más delicada que en ese momento se me ocurre. Se ve que no lo hago muy bien. Se le transforma la cara
- Oh, shit, oh, fuck, oh shit ooohhhh, fuck!
 Nos quedamos pensando unos instantes.
- Bueno, mira -le digo- no es una enfermedad, no es un accidente, no es una gran desgracia ¿Qué te van a hacer? Como mucho qué te va a costar ¿algo de dinero? ¿una bronca por parte de la policía? Esto no es un delito gordo, no mataste a nadie, no eres un mafioso, sólo es una cuestión administrativa.
Darren está totalmente de acuerdo, se rehace muy pronto, decide seguir a Chinguetti y en un par de días más tirar hacia Nouackchott.
- Además si te detienen yo te llevaré sandwiches al calabozo y tú tendrás algo que contar.
Nos reímos, crisis superada.

Al carajo con el visado.

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